En el altiplano central
de la península de Anatolia se encuentra este santuario al aire libre. Fue obra
de una de las civilizaciones más importantes de la antigüedad, aunque suele ser
injustamente olvidada, la civilización hitita. Su historia abarca casi por
completo el II milenio a. C., protagonizando un proceso de ascenso, esplendor y decadencia en
un periodo de tiempo relativamente breve.
Daremos unas pequeñas
pinceladas acerca de la historia hitita. En los albores del II milenio a.C., una
serie de pueblos indoeuropeos llegaron a la península de Anatolia, mezclándose con
la población indígena que habitaba la región. A esta zona se la conocía históricamente
como “país de hatti” (aparecen mencionados en la Biblia). Esta unión de pueblos
forjó una civilización que fue evolucionando y expandiéndose a lo largo del II milenio. Se marca la ciudad
de Kussara como primera ciudad hitita, desde la cual el primer rey hitita,
Anitta, consiguió dominar otras ciudades cercanas, principalmente la ciudad de
Nesa. El principal enemigo de éstas era la ciudad de Hatti, la que
posteriormente se convertiría en la gran capital del Imperio Hitita, en tiempos
del rey Hattusili I (1650-1620), pasando a llamarse Hattusa.
Asentados en la
mitad oriental de la península, dirigieron su expansión hacia el sur, lo que provocó
que entraran en conflicto con los poderes de primer orden del momento, como
Asiria y Babilonia, consiguiendo someterlos. Siendo capaces también de frenar
el inmenso poderío del Egipto faraónico, en los tiempos de Ramsés II.
Mapa de la región del Creciente Fertil a comienzo del s.XIII a.C. |
Conformaron una civilización
original, sin poseer una gran unidad interna, sin caer en el absolutismo monárquico
y sin ejercer una excesiva opresión a su población (a diferencia de los grandes imperios de la época). También mostraron gran
capacidad de asimilación de las creencias religiosas de los pueblos sobre los
que iban imponiendo su dominio, lo que les llevo a recibir el nombre de “el país
de los mil dioses”. La mentalidad hitita muestra una intrínseca flexibilidad
frente a la dureza mesopotámica o egipcia.
Una vez desaparecida esta civilización, a manos de los llamados Pueblos del Mar (aunque sigue habiendo dudas de como ocurrió esto), ha sido ignorada por la historiografía. No fue hasta que un historiador
y arqueólogo francés de principios del siglo XIX, Charles Texier encontró por
error la ciudad de Hattusa y el santuario de Yazilikaya, hacia el año 1834, cuando se comenzó a prestar atención a la aparición de una civilización desconocida.
Seria a finales del siglo XIX cuando se profundizaría en el estudio del mundo
hitita.
Hablemos del gran
santuario rupestre de Yazilikaya. Localizado
a escasos 2 km de la capital hitita, Hattusa, estaba comunicado con ésta por
una larga vía procesional. Se encuentra en una zona donde grandes formaciones
rocosas hacen las veces de altas paredes que conforman una serie de estrechos
pasillos. En estas rocas se encuentran esculpidos bajorrelieves. Adosados a estos pasillos se situaban una serie de construcciones de las
cuales únicamente conservamos los cimientos.
Vista general del santuario |
Uno de los pasillos principales |
Está documentado que
Yazilikaya cumplió las funciones de centro ceremonial desde los inicios del
mundo hitita, pero fue hacia mediados del siglo XIII a.C., entre 1275 y 1220
a.C., cuando se realizaron los relieves monumentales con las representaciones
de diversas divinidades del extensísimo panteón hitita. Esta obra fue comenzada
por iniciativa del monarca Hattusili III (1275-1250 a.C.) y continuada por su
hijo Tudhaliya IV (1250-1220); este último es el principal protagonista de los
relieves del santuario, por lo que se dedujo que su esplendor llegó bajo su
gobierno.
Los relieves rupestres
nos muestran una colección única de representaciones de las divinidades
masculinas y femeninas del panteón hitita, y de monarcas relevantes. Son 63
dioses los representados, una pequeña muestra de los “mil dioses” que tenía el panteón
hitita.
Destacaremos por su conservación
un relieve que muestra lo que se ha interpretado como una procesión de doce
dioses armados. Representados de perfil (como marcan los cánones del arte
hitita), los cuales portan una espada de
hoja curva y sobre sus cabezas llevan un gorro cónico dentado (a más dientes,
más relevancia del dios).
Doce dioses hititas |
En un lugar estratégicamente
escogido, dentro de estas galerías naturales se encuentra uno de los
bajorrelieves que representan al monarca Tudhaliya IV, el más grande de la galería
principal, éste porta en su mano izquierda el báculo de mando rematado en
curva, que era un símbolo de soberanía. Destacamos otro relieve en el que
aparece Tudhaliya IV abrazado por el dios Sharruma.
Tudhaliya IV con el báculo de mando. |
El dios Sharruma abraza a Tudhaliya IV |
Las excavaciones llevadas
a cabo por los arqueólogos han revelado restos de cuerpos incinerados en el santuario, lo que llevo a
plantear la hipótesis de que se tratara de un recinto funerario destinado para
la realeza hitita. En cualquier caso se trata de un lugar donde la religión y
el arte hitita consiguieron una exquisita fusión con la naturaleza, donde la
compleja geografía anatólica juega un papel fundamental.
Bibliografía
BLANCO
FREIJEIRO, A., BERNABÉ, A., BENDALA, M. Los Hititas. Madrid: Grupo 16,
D.L., 1985.
GÓMEZ LÓPEZ, C. El arte en el Próximo Oriente
antiguo . Madrid: JC, D.L., 2006.
GONZÁLEZ SALAZAR, J.M. Rituales hititas : entre
la magia y el culto. Madrid:
Akal, D.L., 2009.
GURNEY, O.R., Herranz, A.(Traduc.). Los hititas.
Barcelona: LAERTES, 1995.
Fdo.: Nerea Barquín Arbeiza
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